16 de enero de 2012

Arch Enemy - Khaos Legions (2011)

09 / 10

La verdad es que mis contactos con los trabajos de estos iracundos suecos habían sido escasitos. Un par de discos y varios temas sueltos oídos no son gran cosa para llegar a formarse una opinión con suficiente base sobre la trayectoria de un grupo, y más teniendo en cuenta que su discografía se acerca ya a la decena de discos de estudio. Sirvieron, eso sí, para entrever que se trataba de una magnífica banda, con capacidad para hacer grandes cosas. Y mira tú por donde llegó 2011 y tal presunción se confirmó con la publicación de esta auténtica bomba que es Khaos Legions.

Echando una búsqueda en Spotify, encontramos que solo está disponible su primer redondo, Black Earth, del lejano 1996 –con magnífica portada, por cierto-. Una primera escucha desvela que la banda inició su andadura inmersa en los sonidos más puramente Death, es decir, ferocidad y agresión sin límites ni miramientos, mientras que en este Khaos Legions la cosa se atempera en parte y se ve que han aprendido a levantar con maestría el pie del acelerador. Es decir, que siguen la tralla y el poderío pero introduciendo en casi todos los temas partes melódicas que les han quedado de escándalo. Cambios de ritmo continuos para componer un trabajo donde es imposible aburrirse. Buenos ejemplos de esto son Yesterday is dead and gone –que abre el disco tras una caótica intro-, Vengeance is mine –increíble cómo suenan esas guitarras- o la magnífica Secrets que pone punto final a este magnífico album. También suenan asesinas Cult of chaos, Torns in my flesh –con bellísimos toques de guitarra intercalados- y el tema con vocación de single No gods, no masters, uno de mis favoritos.


Y, sí, esa voz de corte satánico que parece imitar el sonido de una hormigonera gripada pertenece a una fémina. La cantante de Arch Enemy es una mushasha (Angela Gossow, bastante mona por cierto), y su forma de cantar encaja en el sonido de la banda como cuchillo en mantequilla. Y ya que estamos, que sea ella la que despida esta crítica express de forma amable y complaciente, como está mandao. También va el vídeo del tema Bloodstained cross.

Discazo!!!









8 de diciembre de 2011

Cien Años de Soledad (1967) - Gabriel García Márquez

8,5 / 10

Me gusta conocer las opiniones que la gente cuelga en Internet sobre los libros que leo. Para compararlas con la mía, más que nada, y comprobar si disiento poco o mucho de la impresión general. Hay muchos sitios en Internet donde se da esa facilidad. Mi favorito es Anika entre libros, completísima web sobre literatura, donde existen miles de comentarios del público sobre obras y autores. En ella, la relación de críticas acerca del título que hoy nos ocupa es interminable, y de entre todas ellas saco, a modo de escueto resumen, la expresión “de obligada lectura”, habiendo incluso mucha gente que dice haberla vuelto a leer varias veces. Cien años de soledad está considerada, por quienes entienden de esto, como una obra maestra y una de las cumbres de la literatura en lengua hispana, así que a ver qué iba a hacer yo, que ya me había echado a la vista El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada –ambas magníficas-, sino pillarla a la primera oportunidad y cumplir con tan insistente y autoimpuesta obligación.


Y en la biblioteca local la encontré, más voluminosa de lo que me imaginaba en un principio. Claro, que se trataba de una edición especial publicada en 2007 que habían llevado a cabo las diferentes academias de Lengua española que en el mundo existen, para conmemorar el 40 aniversario de su publicación. Contenía, amén de la obra en sí, varios artículos de conocidos escritores de lengua hispana, a los que apenas eché un vistazo, por cierto, ya que me parecieron a priori bastante plomizos.


¿Qué puedo decir de Cien años de soledad? Pues sobre todo, y como ya me ocurrió con las dos obras antes citadas, que la forma de escribir de García Márquez te hipnotiza desde las primeras líneas –bueno, en realidad me costó algo más engancharme a El amor en los tiempos del cólera, que al final me pareció sublime-. El ritmo pausado de la narración, que sin embargo abarca un largo periodo de tiempo –como sagazmente logra uno deducir del título-, te va envolviendo hasta situarte en una especie de posición central desde la que abarcas un trasiego constante de personajes y acontecimientos a través de generaciones, en un caleidoscópico viaje donde todos y ninguno de los personajes son el principal protagonista. La misma posición desde la que accedes al mundo casi onírico en la que la historia con mucha frecuencia se adentra: ascensos a los cielos, espíritus, chorros de sangre que recorren grandes distancias hasta llegar a su destino, premoniciones, corazonadas, levitaciones…todo un ramillete de hechos extraordinarios narrados con un estilo realmente embriagante. Realismo mágico lo llaman.


En cuanto al argumento en sí, me sucede que encuentro algo baladí adentrarme a resumir una historia que todo buen aficionado a la lectura sin duda conocerá. No sé, sería casi como ponerse a contar El Quijote –otra de mis lecturas siempre pendientes-. Además, unos pocos golpes de teclado en Google bastan para acceder a un mogollón inmenso de referencias al argumento –la Wikipedia, sin ir más lejos-. Dicho esto ¿Para qué me voy a poner a escribir sobre la historia de la familia Buendía; de su establecimiento en la jungla colombiana y de la fundación de Macondo, el pueblo donde durante seis generaciones suceden la práctica totalidad de acontecimientos? ¿Qué decir sobre José Arcadio y Úrsula en su papel de contemporáneos Adán y Eva, o de los casi sesenta personajes que, con mayor o menor peso, circulan por la historia?


Mi sensación final es de haber leído, efectivamente, una gran novela. La he disfrutado mucho y, como decía más arriba, he caído de nuevo en los encantos de García Márquez como escritor. Pero es una historia muy larga y los personajes son tan numerosos que ha habido veces que me he perdido un poco en su identificación, sobre todo debido a la repetición de nombres durante las sucesivas generaciones. A ratos he notado caídas en la intensidad del relato, lo que ha provocado que en ocasiones me encontrara “fuera” de la historia.

Muy buena, sí. ¿Para repetir lectura en un futuro? Pues va a ser que no.

29 de octubre de 2011

LA RATA

El roedor estaba llegando ya al final de su ingrata tarea. Sus largos dientes desgastaban sin descanso el material pedregoso que tenía ante sí. Cuentan que un capricho evolutivo le jugó una mala pasada a su especie, sometida a un curioso y cruel destino que la condena a roer sin descanso todo lo que encuentran. Dicen que el ritmo de crecimiento de sus dientes es tal que, de no ser por esa incesante labor, los incisivos inferiores acabarían clavándose en su cerebro.

Ajena a todas las siniestras historias que su especie protagoniza, el peludo bicho apuraba sus escasas energías. El motivo de tanto trabajo no era, ni mucho menos, gratuito. Su frenética actividad sexual había dado como fruto, una vez más, una nutrida camada de minúsculos y sonrosados descendientes. Los había dejado atrás, en la seguridad de un recodo del túnel al que había estado dando forma durante los últimos días, amontonados en una trémula y palpitante masa, demandando constantemente una cantidad de leche materna que ella, con los niveles del blanco elemento bajo mínimos, apenas estaba en condiciones de ofrecer. Necesitaba comer, y mucho, para poder satisfacer las necesidades de su exigente prole. Pero el botín alimenticio de los últimos días había sido tan pobre...

Su experiencia le decía que ya quedaba poco para concluir la faena. Había superado la piedra original y estaba a punto de terminar de horadar el ladrillo. En poco tiempo llegaría a la fina capa de yeso, tras la que esperaba encontrar todo un oasis: desperdicios, restos de comida, el cadáver de algún infortunado animalejo…Sustento garantizado para llenar su estómago y atiborrar de jugosa leche sus exprimidas mamas.

Excitada por el hambre y el miedo, debilitada por las penurias, a la rata apenas le llevó un instante deshacer el polvoriento material que la separaba del paraíso. Con el máximo sigilo, asomó su resecado hocico al exterior. Poca información obtuvo de ese primer contacto con lo desconocido, y no era precisamente alentadora: allí no olía a comida ni de lejos. No había de qué preocuparse, todavía. Esos enormes seres que, sin quererlo, le procuraban todo el sustento mientras andaban de un lado para otro con sus dos largas y únicas patas acostumbraban a guardar la comida lejos del alcance de los intrusos. Solo era cuestión de ir con cuidado, estudiar el terreno…y esperar.

Poco a poco, su cabeza fue asomando al nuevo ambiente con la cautela de un guerrillero experto. Sus ojos, acostumbrados a la permanente oscuridad subterránea, parpadearon varias veces antes de poder ver a dónde había ido a parar. Había tenido suerte: la apertura a ras de tierra en forma de U invertida estaba situada bajo lo que parecía ser un desvencijado mueble. Sus primeros pasos por su particular Nuevo Mundo pasarían, pues, totalmente desapercibidos.

Llegaba el turno entonces de aplicar los instintivos protocolos que, alojados en su ADN., sus ancestros le habían legado durante generaciones. Su corazón latía frenético mientras salía totalmente de la recién concluida madriguera, adosaba un lateral de su cuerpo a la pared y comenzaba a avanzar por el extrarradio del todavía indómito territorio, en una maniobra destinada a ofrecer la menor superficie corporal posible a algún potencial depredador que, lo sabía bien, podía ser la práctica totalidad de especies mayores a la suya. Rastrearía el terreno de esta forma, buscando siempre la seguridad de los muebles. Una vez localizada cualquier sustancia que pudiera servir de alimento, comería rápidamente un poco para recuperar fuerzas. Acto seguido la trasladaría a la madriguera, arrastrando la pieza entera o tomando trozos que pudieran ser transportados en su boca en varios viajes.

Le llevó poco tiempo recorrer el perímetro, constatando con desesperación que, salvo muchísima suciedad acumulada, allí no había nada a lo que hincarle el diente. Era hora de arriesgar el pellejo, salir de bajo los muebles y buscar la comida por el centro de la habitación, lo que suponía exponer todo su organismo a un peligro cierto. No le quedaba otra

El resto de la estancia, fuera ya de la seguridad de los muebles, era también un caos de restos inorgánicos nada aprovechables. La locura que produce el hambre comenzaba a apoderarse de ella. Una vez en el centro del mísero habitáculo, irguió su cuerpo sobre sus dos patas traseras y elevó su hocico hasta donde fue capaz, en un intento de optimizar al máximo toda su capacidad olfativa. De entre la amalgama de malolientes fragancias que captó, identificó al instante una que hizo saltar en su cerebro una súbita señal de alarma.

Demasiado tarde.

Aunque no lo vio llegar, la rata esquivó en el último instante la patada que, a la carrera, le lanzó aquel enorme bípedo que se le echaba encima. Su agotado cuerpo inició una desesperada carrera hacia la seguridad de la madriguera. Desafortunadamente, tampoco era ya el ágil roedor de antaño. Con una velocidad endiablada, su enemigo tuvo tiempo suficiente de meter su brazo bajo el mueble y atrapar a tientas el largo rabo de la rata entre sus mugrientos dedos.

Desesperada y con la furia de quien ve cercana la muerte, la rata se revolvió y clavó sus afilados incisivos en la mano de su agresor. En un instante, la garra que la apresaba sufrió una decena de compulsivos y lacerantes mordiscos, que no parecieron hacer mella en su receptor quien, emitiendo unos apagados lamentos, extrajo a su víctima de debajo del mueble y elevó hacia el techo la mano donde la rata luchaba por su vida. Fue entonces, en el instante previo de ser lanzada hacia el suelo, cuando vislumbró la faz del que iba a ser su asesino. Aquellos ojos, profundamente hundidos en sus cuencas y circunscritos en un casi cadavérico rostro, mostraban la marca de la desesperación y la angustia que provocan la desnutrición y la necesidad extrema.

El brutal golpe contra el pavimento convirtió en fosfatina la práctica totalidad de los finos huesos del animal. Al mismo tiempo, su sistema nervioso se sacudió con una violencia infinita, estallando en un latigazo de dolor que recorrió su cuerpo hasta la última neurona. Un trozo de vida escapó de su ser en forma de un agudo y chirriante chillido.

Con su corazón todavía palpitando y los sentidos colapsados, la rata no sintió aquella especie de fina estaca con la que el hombre, con manos temblorosas ante la cercanía del festín, atravesaba longitudinalmente el interior de su cuerpo. Tampoco oyó el crepitar del pelo que la cubría ni notó su piel chamuscarse al entrar en contacto con el fuego.

Ya estaba siendo devorada cuando, a pocos metros de allí, en un recodo de un túnel laboriosamente excavado, una trémula y palpitante masa sonrosada sufría los últimos instantes de su insignificante vida.

FIN

DESPERTARES

1

“…no se ponen de acuerdo sobre el origen de esta devastadora crisis, culpando de la misma al mercado de valores, al consumismo exacerbado, a la política económica de los gobiernos o, simplemente, al chachachá. Mientras, las aplastantes cifras de desempleo provocan que miles de familias se hundan sin remedio en la miseria más absoluta y bla, bla, bla…”

La deshumanizada voz del locutor radiofónico, procedente del flamante radio-despertador último modelo, le sacó del reparador sueño. Con desdén, el hombre cayó en la cuenta de que había olvidado poner la alarma del aparato en off la noche antes. Su intención de levantarse tarde esa mañana se había ido al garete. No le importó. Podría aprovechar mejor el día libre que se había tomado si se levantaba temprano.

Al abrir los ojos, en seguida se reconcilió con su habitual buen estado de ánimo. El sol de aquella maravillosa mañana de verano se filtraba a través de unos visillos celestes que cubrían tenuemente la puerta de PVC blanco y doble acristalamiento que daba a la coqueta terraza exterior, dotando al dormitorio de una relajante atmósfera que le hizo sentir, una vez más, en el paraíso. “¿Crisis qué crisis?”, fueron las palabras que salieron por su reseca garganta mientras desperezaba su cuerpo con un intenso estiramiento corporal que hizo crujir ligeramente sus articulaciones. Un ágil salto le sacó del confortable colchón de látex que perfeccionaba el sofisticado diseño de su moderna cama. Tras una breve visita a un monísimo cuarto de aseo anexo al dormitorio, se atavió unas deportivas mallas negras y camiseta roja sin mangas, talla 38, que dejaban ver sus musculosos y definidos brazos. “Horita y media de gimnasio; un buen desayuno; paseíto con la familia con cervecita incluida; pedazo de almuerzo en el mejor restaurante del centro comercial; siesta y agradable velada vespertina en el club social. Recogida y cierre” repasaba el orden del día mientras se calzaba unas caras zapatillas de running.

Desbordante de optimismo recorrió el pasillo que llegaba a la cocina, avanzando indiferente ante los cuadros con motivos abstractos que su decorador había allí colocado. Nunca se había parado a contemplarlos con detenimiento, al menos no más allá de lo necesario para comprobar lo bien que combinaban con el estuco de la pared. Al abrir la puerta que daba acceso a la cocina, encontró más motivos de satisfacción. Una tonificante claridad natural inundaba la estancia a través del gran ventanal desde el que se divisaba el amplio jardín y, más allá, el campo de golf del que era socio. Con todo, el verdadero regalo para sus ojos era la presencia allí de su joven esposa. Dándole la espalda, ella cortaba con sinuosa suavidad finas lonchas de un jamón de pata negra que se exhibía lustroso en una tabla. La bella mujer estaba lista para su partido de paddle. Una ajustada camiseta marcaba su grácil espalda y sus sinuosas caderas; la falda, estudiadamente corta, dejaba ver las prietas carnes de sus muslos. Definitivamente, pensó él con deleite, los embarazos no habían dejado huella alguna en su privilegiado cuerpo.

Como reaccionando a una señal telepática la mujer giró su cabeza y, encontrando sus ojos, le regaló una relampagueante sonrisa. El hombre se acercó despacio, casi de puntillas, hasta hacer contactar su endurecida pelvis con las nalgas de la mujer. Sus labios rozaron suavemente la oreja derecha de la joven. Ella, dejando el cuchillo, cerró los ojos y echó su cabeza con suavidad hacia atrás.

- ¿Y los niños? – preguntó él con un susurro.
- Lo suficientemente dormidos – contestó ella, de la misma forma.

Apenas cinco minutos después, la joven pareja se recomponía las ropas mientras intercambiaban sonrisas picaronas. Le encantaban aquellos polvetes mañaneros. Tenían ese puntito trasgresor y de aquí te pillo aquí te mato del que carecían los contactos nocturnos. Un surtido de besos y achuchones le acompañaron hasta la puerta, desde donde el hombre saltó al interior de su reluciente descapotable. El vigoroso rugido del motor añadió más vitalidad a su ya exuberante ánimo. Dejando atrás la casa, se incorporó a la autovía como una exhalación.

“¿Se puede ser más feliz?” se dijo a sí mismo mientras, aspirando profundamente el aire aún fresco de la mañana, atravesaba uno de los viaductos por los que discurría el intenso tráfico de esas horas. Enumeró, como tantas otras veces, las preciadas joyas de la corona que componían su confortable existencia: tenía un trabajo liviano por el que recibía un elevadísimo salario; vivía en un precioso chalet de arquitectura vanguardista y con todas las comodidades imaginables; unos hijos que crecían sanos y felices y una maravillosa mujer que cubría todas sus necesidades. Entusiasmado ante lo excelso de su vida, hizo sonar rítmicamente el claxon del deportivo. Al cabo de unos segundos de desaforado concierto, constató sorprendido como algunos de los coches que circulaban sobre el viaducto le acompañaban en su improvisada interpretación. Muy pronto, todos los conductores que le rodeaban se habían sumado a la experiencia sonora. Una sensación de completo éxtasis le embargó al comprobar como la maraña de metálicos sonidos daban forma a una grandiosa sinfonía que, dirigida por un majestuoso ángel de blancas alas, proyectaba toda su magnanimidad hacia el radiante cielo de la mañana.

Maravillado, apenas pudo apreciar la ligerísima sensación de amargura que comenzó a formarse en su boca. De repente, todo empezó a desvanecerse a su alrededor.

2

El incesante bramar de los cláxones de cientos de coches le sacó bruscamente de su etílico amodorramiento. Otra vez había retención sobre el viaducto bajo el que vivía. Lo primero que vislumbraron sus entreabiertos ojos fue el inmenso cerco de sudor que su cabeza había trasvasado a la deforme almohada. Una suerte de insalubre efecto invernadero, producido por los materiales con los que había apañado su destartalada chabola, provocaba en su interior un asfixiante y enfermizo calor.

Levantándose muy despacio, el hombre quedó sentado al borde del trozo de sucia espuma que le servía de colchón. Tras hurgarse la nariz y, con el mismo dedo, extirpar las legañas que poblaban las esquinas de sus ojos, levantó la cabeza y se encontró de frente con la inquisidora mirada de su mujer. Sin levantarse y observándola de arriba abajo con parsimonia, él dejó caer una larguísima meada en una escupidera que amenazaba con desbordarse. Aunque bastante delgada, el cuerpo de su esposa no tenía nada de atractivo. Los embarazos habían convertido su abdomen en una informe masa desprendida, imposible de camuflar con las desgastadas ropas que, de vez en cuando, miembros de alguna ONG. les arrojaban desde lo alto del viaducto. Tenía sus famélicas piernas salpicadas de azuladas varices, apenas disimuladas por el oscuro vello que las cubrían. La mujer fregaba los pocos platos y vasos de los que disponían en una especie de palangana, de la que sobresalía una densa espuma amarillenta que descansaba sobre un agua sucia que servía tanto de fregado como de aclarado.

El hombre se levantó con desgana y recorrió los apenas dos metros que le separaban de la mil veces reparada mesa sobre la que la familia se daba el lujo de comer algo cada vez que podía. Una vez sentado sobre un taburete de patas oxidadas, la mujer le puso por delante una taza de leche a la que le faltaba el asa. No se iba a quemar: el hornillo con el que cocinaban llevaba tres días sin gas. Llevándose la taza a los labios, bebió parte de la leche con ruidosos sorbos. Estaba agria. “Normá, con estas calore”, pensó. “Qué farta nos haría una neverita”, continuó pensando.

Su mujer se volvió entonces como un resorte, encarándolo desafiante y con expresión amargada. “Cagonlaputa, ya va a empesá esta con las bronca”, profetizó él. Resoplando con furia, la poco agraciada hembra cumplió el vaticinio, levantando la voz sobre un llanto largamente contenido:

- ¡¡Oye, tú!! ¿Anoshe qué?- bramó.
- ¿Qué de qué?- preguntó él sin mirarla y limpiándose con el dorso de la mano los blancos chorreones que le caían por la barbilla.
- ¿¿Que qué de qué?? ¿¿Que qué de qué me va desí?? ¡¡Que te estoy preguntado por lo de anoshe, cabronaso!!- Precisó ella sin darle tregua.
- Venga ya mujeeé. Ya verá como no pasa naaá- Contesto él, arrastrando las palabras con indiferencia.
- ¡¡Que no pasa ná!! Claro. ¡¡Que no pasa ná!! ¡¡Qué jartita me tiene, hijo, pero que jartitaaa!! ¡¡Siempre pasa lo mismo, tú diciendo “no pasa ná” y yo venga a parí niño!!- Exclamó ella, estallando en sollozos.

El hombre apuró la taza. Los últimos sorbos de leche se confundieron con los de la mujer al intentar devolver a su origen las dos velas de mocos que, viscosas, empezaban a introducirse en su boca. Él, levantándose, se le acercó y, alzando la mano con el puño cerrado, hizo un violento ademán de golpearla. La mujer, encorvándose y cubriéndose la cabeza con sus manos, suplicó de forma lastimera:

- ¡No me pegue! ¡¡No me pegue, por favó!!
- Hija la gran puta…¡¡Ya te quiero vé callá!!- amenazó él con salvaje vehemencia.

Una vez sofocada la incipiente rebelión doméstica, más calmado, introdujo una mano en el bolsillo de las desgastadas bermudas que siempre llevaba puestas y sacó un puñado de colillas. Escogiendo la más larga, la encendió y se dispuso a salir de la chabola.

- ¿Y los niño? – preguntó antes de salir.
- ¿Los niño? Estudiando en la Complutense ¡No te jode!- ironizó ella, jugándose el tipo. - ¿Dónde van a está? ¡Por ahí, casando rata y cucarasha!

Él sonrió levemente ante la ocurrencia de su mujer y salió al exterior. Caminando lentamente, recorrió varios metros entre escombros y desperdicios hasta llegar al inmenso pilar del viaducto, donde apoyó su espalda con pereza. Analizando con la vista el entorno, divisó el vertedero al que acudía a diario a buscar algo con lo que seguir malviviendo. Más cerca, vio un grupo de niños que, oscurecidos por la mugre, jugueteaban divertidos saltando descalzos sobre una maloliente y ennegrecida charca. Había veces que olvidaba el número de hijos que tenía. Demasiados, en todo caso. “A vé si va a tené rasón la puta esta”, murmuró para sus adentros.

Sus ojos se posaron sobre su hija mayor, ya casi una adolescente. Se extrañó, una vez más, de haber engendrado una niña tan hermosa. Relamiéndose, se recreó en las redondeadas formas de la niña, en particular en los asientos adiposos que asomaban por encima de su apretado pantalón y por debajo de una estrecha camiseta. Unos oscilantes senos juveniles se marcaban con claridad a través de la humedecida prenda. “Con lo mala que está la cossa, y las carne que tiene la joía”, pensó, mientras una depravada quemazón crecía en su interior.

Arrojando la colilla y humedeciendo de nuevo sus labios, el hombre reanudó su caminar, esta vez en dirección a la niña, con una febril mirada siempre clavada en ella.

Sí. Le encantaban esos polvetes mañaneros.


FIN

23 de octubre de 2011

Un libro: Cádiz (Los Episodios Nacionales) - Benito Pérez Galdós (1873)

8 / 10

Sucedía que, estando en posesión de la obra que hoy nos ocupa desde hacía lustros, este humilde bloguero habíase retrasado, y tanto, en su lectura debido a motivos que, por numerosos, sería tedioso relacionar aquí, siendo la disponibilidad de otras lecturas a priori más interesantes el principal de ellos.

No obstante, singulares circunstancias hicieron que al fin, el pequeño volumen de sugerente título tuviera su merecida oportunidad, sirviendo así como primer acercamiento a Los Episodios Nacionales. Es esta una serie de cuarenta y seis novelas históricas que tan erudito autor escribió en un periodo de cuarenta años. Calcúlese de forma sencilla que resultan 1,15 novelas por año, dato que resulta doblemente abrumador si se tiene en cuenta que otras muchas obras fueron escritas por el autor en el mencionado periodo, la inmortal Fortunata y Jacinta entre ellas.

Dejando a un lado el pasmo producido por tal nivel de creatividad, iniciaré una breve sinopsis. El argumento de esta novela es escueto: Gabriel de Araceli, narrador-protagonista de la primera serie de novelas de Los Episodios, es un militar destinado a la Isla de León –actual San Fernando- quien coincide con Lord Gray, apuesto caballero oriundo de Inglaterra, a la sazón aliada de España, durante el sitio francés de Cádiz, allá por 1810. Ambos personajes entablan una extraña amistad no exenta de soterrada animadversión, y frecuentan la casa de doña María de Rumblar, señorona de alta cuna que mantiene en régimen de enclaustramiento inquisitorial a sus dos hijas y a su sobrina, con el fin de preservarlas del maligno ambiente liberal circundante. Los amores, ciertos o sospechados, entre unos y otras son el eje central de la novela. Mientras los acontecimientos se suceden, son narradas las tertulias celebradas en la ciudad, en las que se exponen tanto ideas liberales como conservadoras. También está muy presente el ambiente que se vivía en las calles por las Cortes de Cádiz –constituidas en San Fernando y luego trasladadas allí-, que promulgaron la primera Constitución española, la Pepa, por haber sido aprobada el día de San José y… bueno, esta parte me suena a archisabida, así que paro el carro.

A pesar de que el argumento pueda resultar algo insustancial y un poco ñoño –nada duro o desagradable se cuenta, ciertamente-, y alguno de sus diálogos un pelín plomizo, a mí Cádiz me ha gustado en todos sus aspectos: Su prosa elegante y eficaz, su desbordante romanticismo y lo histórico del contexto donde se desarrolla la historia, que toma mayor valor siendo uno como es gaditano de pura cepa. Y hablando de gaditanismo, no puedo dejar de hacer mención –un tanto emocionada, debo reconocer- del fino piropo a Cádiz contenido en sus primeras líneas. Habla Gabriel de Araceli:

“En una mañana del mes de Febrero de 1810 tuve que salir de la Isla, donde estaba de guarnición, para ir a Cádiz, obedeciendo a un aviso tan discreto como breve que cierta dama tuvo la bondad de enviarme. El día era hermoso, claro y alegre cual de Andalucía, y recorrí con otros compañeros, que hacia el mismo punto si no con igual objeto caminaban, el largo istmo que sirve para que el continente no tenga la desdicha de estar separado de Cádiz”

Digno de un coro de carnaval, si señor. Y una curiosidad, para terminar: La referencia a una devastadora tormenta que, al parecer, golpeó la bahía de Cádiz por aquellos días:

“Lord Gray y yo atravesamos la Cortadura precisamente el día del furioso temporal que por muchos años dejó memoria en los gaditanos de aquel tiempo. Las olas de fuera, agitadas por el Levante, saltaban por encima del estrecho istmo para abrazarse con las olas de la bahía. Los bancos de arena eran arrastrados y deshechos, desfigurando la angosta playa; el horroroso viento se llevaba todo en sus alas veloces, y su ruido nos permitía formar idea de las mil trompetas del Juicio, tocadas por los ángeles de la justicia. Veinte buques mercantes y algunos navíos de guerra españoles e ingleses estrelláronse aquel día contra la costa de Poniente; y en el placer de Rota, la Puntilla y las rocas donde se cimenta el castillo de Santa Catalina aparecieron luego muchos cadáveres y los despojos de los cascos rotos y de las jarcias y árboles deshechos.”

Los de por aquí sabemos lo que supondría hoy día que, como escribió Galdós, las olas saltaran el referido istmo, por donde discurre la carretera que une Cádiz y San Fernando. Horrible. Para que luego nos quejemos del mal tiempo cuando caen cuatro gotas.

20 de octubre de 2011

Un disco: Origen - Fatum (2010)

8,5 / 10

Abandonamos las inhóspitas tierras danesas y nos adentramos ahora en la no menos indómita Sanlúcar de Barrameda. Allí, oculta tras las espesas brumas que forma el Guadalquivir al verter sus aguas al Atlántico (¿o será más bien el vapor de los cocederos de marisco que allá tanto abundan? Mierda!! ya se me escapó el topicazo), una majestuosa ave despliega sus negras alas y, con la altivez y el orgullo de haberse liberado de lastres y ataduras y haber superado mil obstáculos, pone rumbo a su Destino, que no es otro que su propio Origen.

Pero dejemos a un lado petulantes comentarios y vayamos con las presentaciones. Fatum (así se dice Destino en latín) son una banda oriunda de la mencionada –y hermosa- población gaditana. A base de mucho trabajo, ímprobos esfuerzos, e inasequibles al desaliento y a lo complicado del negocio musical, el grupo
–movimientos de componentes mediante- ha grabado hasta ahora tres álbumes: Fatum, de hace ya una década y que no he tenido el placer de escuchar; Roto (2006), interesante trabajo en el que dejaron ver las magníficas ideas que se manejan en el seno del grupo, y finalmente, este Origen (2010), que para mí que marca la dirección definitiva que el grupo va a tomar en adelante, y que personalmente encuentro acertadísima.

Porque Origen es un brillante disco de metal que rebosa actualidad por todos y cada uno de sus surcos (imaginemos por un momento que es un vinilo para que no se me arruine la frase, venga). Metal pesado y vibrante a la vez, con un estilo muy personal y difícil de encuadrar en las etiquetas al uso que todos conocemos. Esto me gustaría dejarlo claro: No exentos, como es lógico, de las inevitables influencias, la impronta marcada en cada uno de sus cortes propicia un sonido con el que me resulta complicado establecer comparaciones, ya sabéis, el típico “suenan mucho a…” que podríamos aplicar a tantas y tantas bandas. Este hecho, por mucho que las bandas con un marcado sello propio también sean legión, supone de por sí un mérito enorme.

Entrando a saco a destripar el disco, oímos de inicio un brevísimo sampler que evoca a las maquinitas mata-marcianos de antaño y que antecede fugazmente a Tres estrellas, tema que abre el disco y que inspira el primer vídeo promocional de Origen. Aquí tenemos un avance de lo que vamos a disfrutar en adelante: riffs poderosos y profundos que, percutiendo una y otra vez tus tímpanos, mantienen elevadas dosis de caña pero también de absoluto control de la situación. Con un adictivo estribillo de esperanzador mensaje, Tres estrellas posee, además, la vena comercial necesaria para llegar un poco más allá. No es esto de la comercialidad algo que esté presente en la mayoría del resto de temas, cosa de la que me alegro, y mucho. Ya sabemos que, al igual que el sueño de la razón produce monstruos, la desaforada búsqueda del éxito musical produce redondos y relucientes truños. Así, temas como Metamorfosis, Falso placebo, Siluetas en el suelo o Evolución artificial poseen la suficiente carga underground como para mantener al grupo fuera del siempre resbaladizo y comprometedor terreno del mainstream.

Y hablando de mantenerse fuera de las horterizadas listas de éxitos, el tema TV sería el máximo exponente: el control se torna de repente en tralla desenfrenada y convulsiva para entrar cortando cuellos contra toda esa televisiva basura del corazón que alimenta morbos y zombifica mentes. La música, la letra, el concepto y su grito de guerra (“son solo escoria y mierdaaaa!!!"), convierten a TV en el tema favorito de este humilde bloguero. Pero hay más. Podríamos considerar a Solo como la balada, el tema lento del disco. Así es, y muy bueno por cierto, con ese toque desesperanzado y pesimista de temas imprescindibles, como el Fade to black de Metallica, con el que le veo cierta semejanza. Títeres sería el otro tema “comercial” de Origen, con estribillo también pegadizo y difícil de olvidar. Su inicio de teclados pelín gótico, seguido de riff machacón me recuerdan mucho a los Cradle Of Filth más accesibles –ahí empiezan y acaban las semejanzas con los blackmetaleros británicos, que nadie se confunda-. Casi cerrando el disco, Derecho a olvidar es un magnífico tema con puntito progresivo y un comienzo que, sin saber muy bien por qué, me lleva a Dream Theater. Está claro que, como decía antes, las influencias son inevitables. Como último tema queda Legado final, para mí un poco por debajo del resto de composiciones.

Cierro esta crítica deseando a Fatum toda la suerte del mundo y trasladándoles mi reconocimiento ante el inmenso esfuerzo que realizan por mantener vivo su sueño. Por lo pronto, e independientemente de cifras de ventas o aceptación popular, han creado un magnífico disco con el que demuestran la madurez que han alcanzado. Habrá que seguirles la pista, puesto que están en plena pole position para el gran salto, que puede llegar en cualquier momento en forma de hit, abriendo conciertos para una gran banda o enganchando una buena serie de actuaciones que haga llegar su magnífico sonido si no a la gran masa, sí a la peña siempre presta a llevarse a los oídos un poco de buen metal. Y si hay que currárselo otros diez años, pues palante. No puede ser de otra forma si la lejana luz de Tres estrellas señala el camino a seguir.



http://www.fatum.info/





10 de octubre de 2011

Un disco: Beyond Hell / Above Heaven - Volbeat (2010)

10 / 10

No lo esperaba, de verdad que no. Sigo a estos daneses prácticamente desde su primer trabajo –The Strength/The Sound/The Songs, de 2006- y se les veía venir como un gran grupo, creadores de un original sonido (¡Elvis Metal!) donde se dan la mano varios estilos: Metal, rock’n’roll, pop, punk, country… rematado por la espectacular voz de Michael Polsen, quien, para hacernos una idea, sería algo así como si juntáramos en una Termomix a Elvis, Chriss Isaac y James Hetfield de Metallica. Toda una experiencia oírle cantar.

Pues eso, que a pesar de que veía en esta banda hechuras de triunfadores natos, para nada esperaba yo que se marcaran un bombazo de disco como este Beyond Hell/Above Heaven (de nuevo fragmentando el título del disco, en lo que parece ser marca de la casa). Todo lo más, imaginaba una nueva colección de poderosos temas, entre los que destacarían grandiosos ejercicios de metal-pop (si es que tal cosa existe) como Radio Girl, lastimeros himnos del estilo de The Garden’s Tale o simples trallazos un tanto atropellados a lo Rebel Monster. En su lugar, Volbeat han clavado un disco repleto de canciones absolutamente geniales y con una variedad de estilos que harán las delicias de aquellos con gustos musicales tirando a eclécticos. Eso sí, no nos engañemos, en un disco de Volbeat lo que predomina es un sonido metálico potente y machote, de chúpate ese riff seco y contudente.

Dentro de esa fundamental premisa, los temas de Beyond Hell... están veteados de estilos que incluyen el rock’n’roll clásico de 16 Dollars; el country de 7 Shots o de Being 1 o el pop de Heaven nor Hell o A New Day. Incluso hay una incursión en una suerte de death metal, con voz gutural y todo –Evelyn- y un guiño al heavy metal de corte más clásico en A Warrior’s Call, con homenaje a un famoso boxeador danés incluido. Muy atentos ellos, cierran a lo grande con un fino detalle de cara a la peña –Thanks-, un magnífico himno de corte punk en el que agradecen a sus fans todo el apoyo de estos años, en los que la banda ha crecido hasta situarse en la senda de convertirse en uno de los grandes de Europa, si no lo es ya.

Y ahí va algún vídeo de esta especie de Dinamita pa los pollos endurecidos. Para la ocasión, he elegido -a pesar de los típicos y fastidiosos cortes- el de Fallen, baladón tremendo y desgarrado, tributo del autor a su padre fallecido, y 16 Dollars, que viene como anillo al dedo para mostrar la faceta más rockabilly del grupo.