10 de diciembre de 2009

Una peli: Ágora (2009)

8,5/10

"La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio."
(1ª epístola de San Pablo a Timoteo)


Esta rotunda sentencia, inspirada por Dios mismo, marca el devenir de Hipatia de Alejandría, matemática y astrónoma que vivió entre los siglos IV y V de nuestra era, según se nos cuenta en esta superproducción española fruto de la mano mágica del oscarizado Alejandro Amenábar, a quien a estas alturas podemos considerar como el Steven Spielberg patrio.

El siglo IV dc. fue probablemente uno de los más convulsos de la historia marcado, sobre todo, por un acontecimiento que marcaría el futuro de gran parte de la civilización: el definitivo establecimiento, en el seno del poderoso pero decadente Imperio Romano, de lo que hasta hacía poco había sido un vástago del judaísmo, convertido en una nueva y pujante religión: el cristianismo. Los hitos decisivos en la eclosión de la flamante creencia tienen un marcado acento político y se cimientan a golpe de Edictos Imperiales: el de Milán, promulgado por Constantino en 313, que establecía la libertad de culto, y el de Tesalónica (380) por el que el emperador Teodosio imponía el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano.

Esta oficialización del cristianismo, en lugar de traer paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, dio vida a un monstruo abominable cuya principal arma era la intolerancia. La nueva y poderosa religión no solo emprendió una feroz persecución contra todos los cultos paganos que poblaban el panorama religioso del Imperio, sino que dio lugar a una despiadada lucha sin cuartel entre acólitos de las diferentes y numerosas interpretaciones del mensaje que Jesús de Nazaret había, supuestamente, dado a los hombres casi cuatro siglos antes. Es, sin duda, la cara oscura de un movimiento que sin embargo, y hay que decirlo, tiene en la ayuda a los más necesitados su expresión más positiva, como es fácilmente comprobable. Es decir, el hecho religioso es capaz de lo mejor y de lo peor. Como la Humanidad misma, vamos.

Pero no nos adentremos en el terreno religioso, que me conozco, y de lo que se trata es de hacer un comentario sobre esta notable película, magníficamente trabajada en todos sus aspectos, aunque también con sus pequeñas taras. Entre los primeros, destacaría la historia en sí misma, ya que Amenábar aprovecha el hecho de que la vida de Hipatia está más o menos bien documentada para diseñar un guión homogéneo y bien tratado, donde los personajes desarrollan sus roles eficazmente, destacando el trabajo de la hermosa Rachel Weisz, en su papel de icono cultural enfrentado al deshumanizado fanatismo imperante. Magnífico su aspecto helénico, propiciado por una suave palidez y dosis muy justas de maquillaje. Ahí están también los personajes que interpretan los papeles más intolerantes – Amonio, Cirilo -, así como el esclavo Davo, paradigma del que, en tiempos de división, se pierde entre dos mundos.

En el aspecto visual, Ágora deslumbra. Las escenas desde el aire de Alejandría están magníficamente conseguidas, con esporádicas imágenes de la Tierra vista desde el espacio, oportuno guiño a la pasión de Hipatia por el movimiento de nuestro planeta, llegando a presuponer, según la película, la forma elíptica de su órbita, algo que no fue confirmado sino por Johannes Kepler ¡unos doce siglos más tarde! Los decorados son también realmente notables, aunque no pueden escapar de una cierta pátina a cartón piedra que estropea un poco el asunto. Y es que ya comenté que Ágora presenta muchos pros, pero también algún pequeño contra. Otro sería la sensación de que a la narración le falta algo de profundidad, de que la historia resulta a veces algo “plana”, cosa bastante común en las superproducciones.

Resumiendo, a mí me ha encantado Ágora. Radico su principal valor en el hecho de transmitir al gran público el conocimiento de un personaje y una época sin duda singulares, y de unos valores culturales que son, ni más ni menos, que aquellos “hombros de gigantes” a los que se refirió Newton cuando intentaba explicar a qué debía gran parte de sus grandiosos descubrimientos. Por cierto, que mientras escribo estas torpes líneas, tengo de fondo parte de la banda sonora de la película, y hay que ver lo bien que le queda al texto cuando lo releo. Vaya paranoia, que sin embargo me anima a poner un trailer cortito.