6/10
Una vez leídas las críticas y asimilados los comentarios compañeriles (compañeril: de compañero) del desayuno de los lunes, el que escribe aguardaba, con los ojos entornados, el gesto torcido y el abdomen apretado, el clásico golpe en el mentón que el amigo Clint nos propina con una periodicidad cuasi anual desde su cátedra hollywoodiense. Bueno, quizá este inicio de crítica recuerda demasiado a Million dollar baby, pero el comentario se puede ajustar perfectamente a Mystic river y otros títulos de incuestionable rudeza, por más que la filmografía de Eastwood tienda a lo variopinto, oscilando entre el drama de las ya mencionadas, el thriller (Deuda de sangre, Ejecución inminente...) la comedia (Space cowboys, El sargento de hierro...) e incluso el documental aquel que hizo sobre los pianistas de blues y para el que Martin Scorsese rascose el bolsillo.
Pero no. Esta vez el puñetazo tornó en simple amago, porque Gran Torino apenas logra llamar la atención, si acaso por el personaje que el propio Eastwood encarna, un rudo ex combatiente racista y misántropo, que acaba (¡¡atención que viene un spoiler!!) dando la vida por aquellos a los que consideraba “ratas”. Semejante contraste, más allá de las consideraciones éticas que la historia plantea –los prejuicios raciales, sobre todo- hace que el relato no resulte convincente. Demasiados cambios operados en el protagonista, pocos argumentos para explicarlos y, sobre todo, demasiada poca chicha conforme el metraje avanza, deambulando sin pena ni gloria la historia sin rumbo fijo, hasta su justicieramente épico pero poco creíble final.
Me sobra tanto Eastwood monopolizando la historia, sin un solo papel secundario con relevancia suficiente como para equilibrar algo la balanza, donde Clint se apropia de todo el peso. Y es que relega al resto del elenco a pequeños satélites debidamente eclipsados por el fulgor del mito. Joder, Clint, con tu edad y todo lo que llevas a tus espaldas, el autolucimiento ya no te hace ningún favor.
De todas formas, Gran Torino se deja ver. Sin alardes -salvando el excesivo “aquí estoy yo” del protagonista- va más o menos aguantando el tipo para pasar a engrosar la zona media-baja de una filmografía cuyo constante aumento tiene el tiempo contado, por razones de lo más natural.
Una vez leídas las críticas y asimilados los comentarios compañeriles (compañeril: de compañero) del desayuno de los lunes, el que escribe aguardaba, con los ojos entornados, el gesto torcido y el abdomen apretado, el clásico golpe en el mentón que el amigo Clint nos propina con una periodicidad cuasi anual desde su cátedra hollywoodiense. Bueno, quizá este inicio de crítica recuerda demasiado a Million dollar baby, pero el comentario se puede ajustar perfectamente a Mystic river y otros títulos de incuestionable rudeza, por más que la filmografía de Eastwood tienda a lo variopinto, oscilando entre el drama de las ya mencionadas, el thriller (Deuda de sangre, Ejecución inminente...) la comedia (Space cowboys, El sargento de hierro...) e incluso el documental aquel que hizo sobre los pianistas de blues y para el que Martin Scorsese rascose el bolsillo.
Pero no. Esta vez el puñetazo tornó en simple amago, porque Gran Torino apenas logra llamar la atención, si acaso por el personaje que el propio Eastwood encarna, un rudo ex combatiente racista y misántropo, que acaba (¡¡atención que viene un spoiler!!) dando la vida por aquellos a los que consideraba “ratas”. Semejante contraste, más allá de las consideraciones éticas que la historia plantea –los prejuicios raciales, sobre todo- hace que el relato no resulte convincente. Demasiados cambios operados en el protagonista, pocos argumentos para explicarlos y, sobre todo, demasiada poca chicha conforme el metraje avanza, deambulando sin pena ni gloria la historia sin rumbo fijo, hasta su justicieramente épico pero poco creíble final.
Me sobra tanto Eastwood monopolizando la historia, sin un solo papel secundario con relevancia suficiente como para equilibrar algo la balanza, donde Clint se apropia de todo el peso. Y es que relega al resto del elenco a pequeños satélites debidamente eclipsados por el fulgor del mito. Joder, Clint, con tu edad y todo lo que llevas a tus espaldas, el autolucimiento ya no te hace ningún favor.
De todas formas, Gran Torino se deja ver. Sin alardes -salvando el excesivo “aquí estoy yo” del protagonista- va más o menos aguantando el tipo para pasar a engrosar la zona media-baja de una filmografía cuyo constante aumento tiene el tiempo contado, por razones de lo más natural.
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