19 de junio de 2009

Una peli: Wall-e (2008)

6,5/10


Una buena noche de hace unos años, con bastante retraso respecto a su estreno y ante la poca alternativa existente en cuanto a películas interesantes que echarme a la vista, decidí meterle mano a una peli de animación llamada Monsters Inc. (que una eficaz labor de traducción convirtió aquí en Monstruos SA.). Siempre había sido reacio a ver este tipo de trabajos, que consideraba destinados a niños, con lo que las expectativas en cuanto a mi impresión final no creí fueran a pasar del simple entretenimiento. Pero cuál fue mi sorpresa al encontrarme una película redonda que me hizo reír y llorar a partes iguales. Una obra maestra en toda regla, pensada para el disfrute tanto de los enanos como de sus mayores.

La gratísima impresión que me produjo no me convirtió en fanático del cine de animación, ni mucho menos, pero sí me dejó la impronta de que con cualquier película de este tipo que viera, las sensaciones no andarían demasiado lejanas a las que Monstruos SA. provocó. Mucho tuvo que ver para que acabara pensando de esa forma el hecho de que las críticas parecían unánimes a la hora de valorar estos trabajos, dado que rara es la entrega de cine animado que no merezca, a los ojos de la crítica, de un notable para arriba. Sin embargo, ninguno de los visionados post
eriores, léanse Ice Age, Shrek, ambas con sus respectivas secuelas y ni mucho menos Ratatouille, alcanzaron el nivel de genialidad de los monstruos asustadores de niños, aunque considero la primera entrega de Shrek como un muy buen trabajo.

Todas los aspectos positivos que encontré con los monstruos están presentes en la peli que revisamos hoy… pero solo durante la primera media hora, precisamente cuando Wall-e, que no es otra cosa que la marca de un robot encargado de reciclar basura, se encuentra solo en una deshabitada Tierra, la cual ha quedado reducida a un montón de desechos. La humanidad hace ya tiempo que cambió la salud de su planeta por la comodidad de estar sentado todo el tiempo delante del ordenador, interrelacionándose virtualmente y perdiendo toda noción de lo que la rodea. A todo esto, en la “vida” de Wall-e aparece, enviada por los exoplanetarios humanos, una robot de análoga misión, pero muchísimo más avanzada tecnológicamente. Entre los dos entrañables cacharritos surge, como no podía ser de otra manera, el amor, que se ve interrumpido cuando a Eva, que así se llama la graciosa maquinita, la recogen los humanos para comprobar los resultados de su misión en la Tierra. Y no cuento más, pero adelanto que nada de lo que acontece se sale de los guiones habituales de las películas animadas, lo cual no tiene porqué ser negativo, por supuesto.

Y se me ha colado la sinopsis, cuando estaba diciendo que todo lo bueno de Wall-e está en su primera media hora, en la que todo funciona a la perfección. Son treinta minutos de auténtica magia; de unas deslumbrantes imágenes que rizan el rizo de todo lo hecho anteriormente en este tipo de producciones y de un argumento genial, en el que se dan la mano aspectos recurrentes en el cine de animación: la soledad, el aprecio por las pequeñas cosas, la presencia del inseparable amiguito del protagonista (una cucaracha que cumple fielmente el papel de indestructible que siempre se le ha dado). Y como no, de momentos verdaderamente hilarantes, entre los que destacaría las dificultades que Wall-e tiene con una pala de ping-pong de esas que tienen la pelota unida con un cuerda y con un extintor cuyo chorro se ve incapaz de controlar. Sí, esa primera media hora prometía un deleite total durante todo el film. Pañuelillos de papel, preparados para enjugar lágrimillas de risa y de pena, se arrugaban entre mis inquietos dedos humanos.

Lo malo es que el adorable recopilador de basura se las apaña para seguir a su amada hasta la nave nodriza donde habita la humanidad en las condiciones que comentaba más arriba. Y es justo ahí donde el giro que da la película es radical. La historia se vuelve aburrida, perdiendo gradualmente todo el interés que atesoraba en su inicio. El mensaje ecologista que pretende está ya demasiado visto como para que llame la atención, aunque está muy bien inculcarle a los niños los peligros del consumo insostenible. Apreciable es también el intento de hacerles ver que hay vida más allá del ordenador o la consola, aunque las consecuencias de abusar del entretenimiento y de la vida sedentaria que la historia propone sean ciertamente exageradas. Y lo malo es que no creo que un crío aguante toda la película sin bostezar varias veces.

Para más inri, su deslumbrante calidad en lo que a imágenes se refiere se torna en no pocas ocasiones bastante confusa. Ello se debe a que los auténticos protagonistas de Wall-e son los robots. Los hay de todo tipo, tamaño y función: pequeños robots para limpiar, grandes para vigilar, medianos para multitud de tareas. Ello provoca que en algunos “planos” donde se juntan varios de ellos, el visionado se haga un auténtico batiburrillo de robots que van de acá para allá, con lo que identificar a los protagonistas entre tanta criatura se convierte en algo complicado. Incluso los recurrentes diálogos entre los enamorados, que se limitan a unos lacónicos “Waaaaliiii / Eeeevaaa”, terminan siendo un poco pesados.

Me quedo con esa magistral primera media hora, pero me apena que tanto derroche de genialidad no se vea refrendado por el resto del metraje. Mientras doy con otra película de animación a su altura, Monstruos SA. seguirá líder destacada en lo que a películas de “dibujitos animados”, como se las conoce en el ámbito doméstico, se refiere.

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