Que conste que no derramaba lágrimas de sufrimiento por tantos toros masacrados y que nunca participé activamente en campañas organizadas al respecto. Tampoco ahora estoy tocando las palmas con las orejas ni he salido a la calle portando ningún slogan reivindicativo. Pero qué queréis que os diga, a pesar de todo:
...De lo politizado que pueda estar el asunto –qué no lo está a estas alturas-.
...De la gente que irá al paro –o que simplemente tendrá que reciclar su actividad económica-.
...De la, según muchos, identidad nacional tan seriamente dañada –eso pasa cuando se habla en nombre de todo un país-.
...De esas dehesas que se perderán sin remedio –ya se perdían incluso con el toro de lidia en ellas. Además, las administraciones se podrían encargar de protegerlas, como hacen con los parques naturales-
...De la extinción de una especie –que fue creada expresamente para ser masacrada-
...De que digan que quien está a favor de la abolición también apoya el aborto, y otros sinsentidos –yo personalmente estoy a favor de que la mujer pueda decidir durante un (corto) tiempo si lo que tiene en su vientre va para adelante o no pero... ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?-.
A pesar de todo, decía, me alegro mucho de lo que ha pasado en Cataluña. De que la barbarie que supone encerrar a un animal en un recinto y hacerle perrerías hasta su muerte atroz haya dado sus primeros pasos hacia la erradicación. Me alegro.
Y mira que lo he intentado. He procurado verlo desde el otro punto de vista; intentar vislumbrar la idea de que tampoco es para tanto y que total, que por unos animales expresamente concebidos para la plaza, que viven como reyes y que al fin al cabo terminan en nuestros estómagos no había que ponerse así. Pero qué va. Siempre que me asomo a un reportaje sobre corridas de toros termina pasando lo mismo: veo crueldad y ensañamiento por todos lados. No veo arte, veo salvajismo. Veo... esto:
...De lo politizado que pueda estar el asunto –qué no lo está a estas alturas-.
...De la gente que irá al paro –o que simplemente tendrá que reciclar su actividad económica-.
...De la, según muchos, identidad nacional tan seriamente dañada –eso pasa cuando se habla en nombre de todo un país-.
...De esas dehesas que se perderán sin remedio –ya se perdían incluso con el toro de lidia en ellas. Además, las administraciones se podrían encargar de protegerlas, como hacen con los parques naturales-
...De la extinción de una especie –que fue creada expresamente para ser masacrada-
...De que digan que quien está a favor de la abolición también apoya el aborto, y otros sinsentidos –yo personalmente estoy a favor de que la mujer pueda decidir durante un (corto) tiempo si lo que tiene en su vientre va para adelante o no pero... ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?-.
A pesar de todo, decía, me alegro mucho de lo que ha pasado en Cataluña. De que la barbarie que supone encerrar a un animal en un recinto y hacerle perrerías hasta su muerte atroz haya dado sus primeros pasos hacia la erradicación. Me alegro.
Y mira que lo he intentado. He procurado verlo desde el otro punto de vista; intentar vislumbrar la idea de que tampoco es para tanto y que total, que por unos animales expresamente concebidos para la plaza, que viven como reyes y que al fin al cabo terminan en nuestros estómagos no había que ponerse así. Pero qué va. Siempre que me asomo a un reportaje sobre corridas de toros termina pasando lo mismo: veo crueldad y ensañamiento por todos lados. No veo arte, veo salvajismo. Veo... esto:
(Las fotos son de http://www.boston.com/bigpicture/)