En España, la práctica de cambiar el título original de las películas extranjeras, no por habitual resulta más eficaz. Recuerdo que estuve muchísimos años creyendo que el título de la película de los Beatles A hard day’s night quería decir ¡Qué noche la de aquel día!, cuando ciertos conocimientos de inglés adquiridos posterior(y tardía)mente, me revelaron que su traducción correcta era La noche de un día duro, que no es que sea mejor, ni mucho menos, pero es que no tiene nada que ver con el título que le pusieron aquí. Además, el original tiene su pequeña razón de ser, pero esa es otra historia.
De todas formas, el caso anterior no supone un disparate como el que se perpetró con la polanskiniana (?) Rosemary’s baby (el bebé de Rosemary), titulada aquí por algún bienpensante como La semilla del diablo. Una manera muy sencilla y directa de cargarse la carga sugestiva que puede llegar a tener un título. A su visionado me remito (en Youtube se puede ver completa, ahí va la parte 1)
Esta introducción, aparte de rellenar un poco el espacio que deja la falta de argumentos, viene al caso porque el título original de Resacón en Las Vegas es The hangover (La resaca, así de simple). El que le han puesto aquí le da a uno la impresión de estar ante una comedia gamberra de esas que no deja moralina con cabeza y con las que The hangover no tiene nada que ver... para su desgracia.
En principio, la película tiene todos los elementos para resultar descojonante. Ahí tenemos al grupo de amigos que se van a Las Vegas a celebrar, a todo tren, la despedida de soltero de uno de ellos. Está el guaperas dispuesto a comérselo todo –o a todas-; el imprevisible desequilibrado capaz de cualquier ocurrencia; el amigo honesto y bien situado que le ha dicho a su mujer que va a pasar la noche en una tranquila villa campestre y, por supuesto, el novio, que contraerá matrimonio dos días después. También anda por ahí el coche de lujo que el futuro suegro presta al novio, con el encargo de que no lo estropee. El escenario que acoge al grupo como destino pecaminoso y desenfrenado, en este caso Las Vegas, tampoco podía faltar. Por supuesto, a la mañana siguiente nadie se acuerda de lo que ha pasado durante la noche, tal es el estado en el que se levantan. Poco a poco, se irán encontrando con personajes y situaciones con los que irán desentrañando el misterio. El problema principal es que el novio ha desaparecido.
Con estos mimbres, la diversión provocada por el gamberrismo, la sinvergonzonería y el borderío grueso parece servida, pero la cosa se queda bastante cortita por la falta, precisamente, de todo eso. A la película le falta mala leche, situaciones que te hagan descojonarte, momentos de locura como, qué sé yo, el pelo seminalmente tieso de Cameron Díaz en Algo pasa con Mary o los tatuajes en las espaldas de Ashton Kutcher y su amigo en Colega, ¿dónde está mi coche? –con la que, por cierto, comparte básicamente el argumento-. No se trata de exigir que la película sea una sucesión de gags brillantes, uno detrás de otro, pero sin duda que un par o tres de ellos le hubiera hecho un gran favor.
El resultado es que Resacón en Las Vegas dibuja una sonrisa sobre tu rostro y te mantiene expectante a la espera de mayores picos de diversión. Pero la carcajada nunca llega, y poco a poco la sonrisa se va borrando, hasta convertirse en un gesto plano de indiferencia. Y menos mal que hacia el final, al filo de los créditos, la cosa se levanta un poco –escena porno, o casi, incluida- aunque no evita que la impresión final se quede en la simple distracción.
De todas formas, el caso anterior no supone un disparate como el que se perpetró con la polanskiniana (?) Rosemary’s baby (el bebé de Rosemary), titulada aquí por algún bienpensante como La semilla del diablo. Una manera muy sencilla y directa de cargarse la carga sugestiva que puede llegar a tener un título. A su visionado me remito (en Youtube se puede ver completa, ahí va la parte 1)
Esta introducción, aparte de rellenar un poco el espacio que deja la falta de argumentos, viene al caso porque el título original de Resacón en Las Vegas es The hangover (La resaca, así de simple). El que le han puesto aquí le da a uno la impresión de estar ante una comedia gamberra de esas que no deja moralina con cabeza y con las que The hangover no tiene nada que ver... para su desgracia.
En principio, la película tiene todos los elementos para resultar descojonante. Ahí tenemos al grupo de amigos que se van a Las Vegas a celebrar, a todo tren, la despedida de soltero de uno de ellos. Está el guaperas dispuesto a comérselo todo –o a todas-; el imprevisible desequilibrado capaz de cualquier ocurrencia; el amigo honesto y bien situado que le ha dicho a su mujer que va a pasar la noche en una tranquila villa campestre y, por supuesto, el novio, que contraerá matrimonio dos días después. También anda por ahí el coche de lujo que el futuro suegro presta al novio, con el encargo de que no lo estropee. El escenario que acoge al grupo como destino pecaminoso y desenfrenado, en este caso Las Vegas, tampoco podía faltar. Por supuesto, a la mañana siguiente nadie se acuerda de lo que ha pasado durante la noche, tal es el estado en el que se levantan. Poco a poco, se irán encontrando con personajes y situaciones con los que irán desentrañando el misterio. El problema principal es que el novio ha desaparecido.
Con estos mimbres, la diversión provocada por el gamberrismo, la sinvergonzonería y el borderío grueso parece servida, pero la cosa se queda bastante cortita por la falta, precisamente, de todo eso. A la película le falta mala leche, situaciones que te hagan descojonarte, momentos de locura como, qué sé yo, el pelo seminalmente tieso de Cameron Díaz en Algo pasa con Mary o los tatuajes en las espaldas de Ashton Kutcher y su amigo en Colega, ¿dónde está mi coche? –con la que, por cierto, comparte básicamente el argumento-. No se trata de exigir que la película sea una sucesión de gags brillantes, uno detrás de otro, pero sin duda que un par o tres de ellos le hubiera hecho un gran favor.
El resultado es que Resacón en Las Vegas dibuja una sonrisa sobre tu rostro y te mantiene expectante a la espera de mayores picos de diversión. Pero la carcajada nunca llega, y poco a poco la sonrisa se va borrando, hasta convertirse en un gesto plano de indiferencia. Y menos mal que hacia el final, al filo de los créditos, la cosa se levanta un poco –escena porno, o casi, incluida- aunque no evita que la impresión final se quede en la simple distracción.
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