17 de octubre de 2009

VideoLink: Por la misma cara

James Kuhn se define a sí mismo como "un artista, drag queen y ex-nudista, nacido de nuevo cristiano". Adora pintar sobre cualquier superficie, así que un día descubrió una que le pilla muy cerquita: su propio rostro.
Nada mejor para entender lo que digo que echarle un vistazo a este par de vídeos, dejar caer lentamente el labio de abajo y liberar alguna que otra baba colgante. En el primero de ellos veremos un rosario de personajes generados por su prodigiosa imaginación, cuyos trazos se adaptan a la cara del artista con una precisión -y un resultado- increíbles. En el de más abajo veremos a los miembros de la banda Kiss acomodándose en los plieges del inquieto rostro del artista.
Reconozco que el arte moderno no es mi fuerte. Nunca le he encontrado parangón con el clásico, capaz de mostrar lo real -y también lo irreal- de forma impactante. Pero con cosas como esta me pregunto si la genialidad humana tiene algún tipo de límite.




Una peli: Déjame entrar (2008)

8/10

Extraña y nada típica película sueca que cuenta la historia de Oskar, un reblanquecido crío de 12 años que vive una existencia complicada: al trauma de la separación de sus padres se suma el acoso escolar al que le someten unos malvados compañeros de clase –bullying, que diría un enteraíllo-. Oskar pasa la mayor parte del tiempo jugando solo e imaginando venganzas para aquellos que lo maltratan. Un día conoce a su nueva vecina, Eli, una chica de su misma edad y de enigmática palidez, a la que no parece afectarle el intenso frío de las noches suecas. Los dos entablan una extraña relación, que se intensifica conforme se va desvelando el terrible secreto que la chica guarda: es un vampiro -o una vampira, que diría nuestra Ministra- y como tal, necesita su buen lingotazo diario de sangre fresca.

El vampiro es, sin lugar a dudas, el monstruo de más largo recorrido de todos los que componen la lista de personajes habitual del cine de terror. Mientras el Hombre lobo, Frankenstein y la Momia se han ido quedando en el camino, apenas experimentando alguna evolución, el vampirismo ha ido transformándose con el tiempo, desde aquel horrendo Nosferatu de los años 20 al vampiro metrosexual de las últimas entregas, pasando por el clásico de capa y pico de viuda tipo Christopher Lee o el superhéroe de Blade. Con Déjame entrar les llega el turno a los niños, a salvo hasta ahora, que yo sepa, de la enfermiza sed de sangre humana.

Estamos ante una película que ha cosechado premios y aluviones de elogios allá donde ha ido. Una excelente fotografía traslada al espectador al ambiente gélido y tétrico del invierno sueco, conformando imágenes de edificios de clase trabajadora rodeados de nieve, con soledad casi absoluta en las calles, poca comunicación y aislamiento existencial. Pero no es sólo el ambiente lo que contribuye a provocar la sensación de frío glacial. El ritmo es pausado y sosegado, pero sin caer en ningún momento en la monotonía. Las estridencias brillan por su ausencia, incluso en los pasajes donde la sangre y la violencia son las protagonistas.

Aunque está etiquetada como película de terror, no es éste el aspecto principal que caracteriza a este trabajo. Su punto fuerte se encuentra en la relación que mantienen sus dos jóvenes protagonistas, quienes bordan su papel de forma antológica. Hace poco leí por ahí que, o ambos tienen en la vida real unos caracteres parecidos a los que interpretan en la película, o han clavado sus interpretaciones, dotándolas de una profundidad subliminal a base de miradas y silencios, a menudo mucho más expresivos y sugerentes que la mayoría de sus conversaciones. Aunque también es cierto que, gracias a Españoles por el mundo – Estocolmo, sabemos que los suecos son más fríos y distantes que el Círculo polar ártico que tan cerquita les queda.

Son precisamente esas características las que hacen de Déjame entrar una película diferente y con una marcada personalidad propia. La mezcla de maldad e inocencia está eficazmente tratada y aunque, como ya he comentado, no está exenta de sangre y violencia, el hecho de que siendo una peli de vampiros no veamos ni un solo colmillo es bastante significativo. También contribuye a la peculiaridad de este trabajo cierto regustillo retro, como de años 80 ó incluso 70, así como el hecho de que se trata de un producto de bajo coste –obsérvense los créditos, blanco sobre negro y punto-.

Como muy bien dice Guillermo del Toro, Déjame entrar es “un cuento de hadas glacial, delicado, atormentado y poético”, lo que define a la perfección a esta pequeña joya nórdica, de la que he quedado en buena medida subyugado.
Iba a poner el trailer original, pero he encontrado este, que expresa mucho mejor lo que decía de la extraña relación entre los dos críos. Miradlo y decidme si no es verdad que esta peli tiene una pinta tan rara como atractiva.