9 / 10
Por supuesto, y muy lógicamente dada mi proverbial mala memoria, que no recuerdo ni por asomo qué estaba haciendo ni dónde me encontraba aquella tarde. Estaba a pocos días de llegar a la mayoría de edad, hacía tiempo que había dejado los estudios, trabajaba en un negocio familiar y llenaba mis tardes con siestas excesivamente largas, lo que me hace pensar que a la hora de los hechos estaría, probablemente, volviendo a la vida e intentando aclarar mi cabeza, momentos antes de reunirme con mi novia y/o amigos para compartir otra tarde de rutinario e improductivo entretenimiento, despreocupado del mundo y de los acontecimientos y ajeno al vertiginoso devenir político que atravesaba el país. Así era buena parte de la juventud que dominaba mi entorno en esos días. Y así era yo, por supuesto, aletargado todavía –y lo que me quedaba- por el influjo hippie que en todas partes era ya un cadáver pero que yo intentaba reproducir en mi muy convencional existencia –ya sabéis, el pelo largo hasta donde lo permitía la autoridad paternal, ropa que intentaba ser estrafalaria y discurso incoherente, repitiendo una y otra vez “passso de todo”, “parad el mundo que yo me bajo”, “haz el amor y no la guerra” y otras afamadas frases que incluso entonces ya olían a rancio-.
Es muy probable por tanto, que fuera mientras enjuagaba mis ojos cuando se produjo el que sin duda fue el acontecimiento más peliagudo de la entonces incipiente democracia española, colofón según muchos de la exitosa y aclamada Transición. Era lunes, 23 de febrero de 1981. A las dieciocho horas y veintitrés minutos, en plena sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del gobierno tras la dimisión de Adolfo Suárez, un grupo de guardias civiles encabezados por el teniente-coronel Antonio Tejero irrumpe en el hemiciclo al grito de “¡Quieto todo el mundo!”, seguido de un sinfín de disparos de pistola y subfusil que impactan en el techo de la estancia. Todos diputados se agazapan tras los escaños, a excepción de Santiago Carrillo, Adolfo Suárez y un alteradísimo general Manuel Gutiérrez Mellado, que sufre los intentos de Tejero por arrojarle al suelo, en una fallida demostración de autoridad castrense. Las cámaras lo captan todo mientras se mantienen operativas. Pocas ocasiones habrá de ver en directo aquello de lo que tanto se hablaba y por lo que tanto se temía –o no- en esos días: un golpe de estado, una asonada militar, el ruido de sables tomando cuerpo… Luego vendrían la oscura incertidumbre ante lo que podía ocurrir en el interior del Congreso y la inevitable sensación de que el país se encontraba de nuevo al borde del conflicto bélico. La indecisión de la mayoría de la capitanías generales en secundar el golpe y la diferente visión que tenían los principales ejecutores sobre su objetivo final, amén del oportuno posicionamiento del Rey y la lealtad de sus generales más próximos, deben contarse entre los factores principales de su fracaso.
Para los que tenemos cierta edad, el relato puede parecer un tanto pedante y repetitivo, de tantas veces que hemos visto las imágenes. Sí que es verdad que, una vez retomadas las riendas de las amenazadas libertades, recobrado el país el pulso democrático y pasado el tiempo suficiente, el episodio acabó adquiriendo tintes de antigualla televisiva. Imágenes de aspecto casi setentero, en las que aparecen señores de apretadas corbatas y acampanados pantalones, medias melenitas los más progres y venerables canas los más veteranos, con muchos de ellos fumando en su escaño; imágenes que forman parte por derecho propio de la intensa y ajetreada Historia de España, y que vuelven con toda su potencia descriptiva de tarde en tarde, con ocasión de redondos aniversarios –como probablemente comprobaremos en su muy cercano trigésimo- o con motivo de alguna publicación que traiga el tema a la actualidad, sobre todo si lo hace con la brillantez y la amenidad con la que Javier Cercas ha bordado este magnífico ensayo de criminológico título.
A pesar de la espesa caraja mental en la que entonces naufragaban mis pensamientos, tendría que haber sido un auténtico pazguato para no darme cuenta de lo que se estaba cociendo por aquellos días en España a todos los niveles, pero especialmente en el plano político. Hacía poco más de cinco años de la muerte del dictador que había manoseado el país durante décadas, con lo que los melancólicos del régimen todavía eran legión y ostentaban capacidad suficiente como para minar con saña todo camino hacia la democracia; ETA asesinaba a mansalva, con su sangriento punto de mira permanentemente puesto sobre sus dos objetivos principales: el ejército y la guardia civil, provocando la ira y la indignación de los cuarteles y de unos mandos ya de por sí muy predispuestos a desenvainar el sable e iniciar la nueva cruzada; El Rey era visto por los sectores más reaccionarios como un traidor a la figura del Caudillo; la situación económica española rozaba la catástrofe, con miles de pérdidas de puestos de trabajo; la confianza en las instituciones era nula… La figura del pronunciamiento militar cada vez se presentaba más nítida en aquel panorama caótico que sufría la sociedad española: en agosto de 1980 la portada del periódico ultraderechista Heraldo Español publicaba en portada la imagen de un furioso corcel alzándose sobre sus patas traseras, "¿Quién montará este caballo? Se busca un general", rezaba el gran titular. Se podía decir más alto, pero no más claro. Además, y volviendo a las imágenes del asalto, es curioso y significativo ver que, un instante antes de la entrada de Tejero, el inicial alboroto exterior haga que algunos diputados se levanten como resortes en un instintivo intento de huída, mientras algún otro dobla las rodillas buscando la seguridad de las traseras de los escaños. Había mucho miedo, sí.
Pero nada como la lectura de Anatomía de un instante para poner al lector en situación y llevarlo al punto exacto de la zozobra que vivió España entonces. Con suma habilidad, capacidad descriptiva y una brillante prosa, Javier Cercas revive aquellos momentos decisivos de nuestra historia. Con toda la objetividad y parcialidad de la que se puede hacer gala en un tema tan proclive al maniqueísmo, el autor estructura la narración tomando como bases a sus principales protagonistas y describiendo sus complejas personalidades y circunstancias: Adolfo Suárez –su entonces reciente pasado franquista, sus méritos como presidente en el cambio, su pertinaz resistencia a perder el poder…-. Santiago Carrillo –su renuncia al leninismo, su papel durante la Guerra Civil, Paracuellos…- Alfonso Armada y su ilusión por encabezar el gobierno tras un golpe blando…- Antonio Tejero, o el semblante del golpe duro (“yo no he asaltado el Congreso para esto”). Gutiérrez Mellado, el Rey, Milans del Bosch, el CESID… Personajes y circunstancias a través de los cuales Javier Cercas ha construido un brillantísimo ensayo sobre un periodo decisivo se nuestro devenir histórico.
http://www.rtve.es/rtve/20090123/23-f-hace-29-anos/223731.shtml
Por supuesto, y muy lógicamente dada mi proverbial mala memoria, que no recuerdo ni por asomo qué estaba haciendo ni dónde me encontraba aquella tarde. Estaba a pocos días de llegar a la mayoría de edad, hacía tiempo que había dejado los estudios, trabajaba en un negocio familiar y llenaba mis tardes con siestas excesivamente largas, lo que me hace pensar que a la hora de los hechos estaría, probablemente, volviendo a la vida e intentando aclarar mi cabeza, momentos antes de reunirme con mi novia y/o amigos para compartir otra tarde de rutinario e improductivo entretenimiento, despreocupado del mundo y de los acontecimientos y ajeno al vertiginoso devenir político que atravesaba el país. Así era buena parte de la juventud que dominaba mi entorno en esos días. Y así era yo, por supuesto, aletargado todavía –y lo que me quedaba- por el influjo hippie que en todas partes era ya un cadáver pero que yo intentaba reproducir en mi muy convencional existencia –ya sabéis, el pelo largo hasta donde lo permitía la autoridad paternal, ropa que intentaba ser estrafalaria y discurso incoherente, repitiendo una y otra vez “passso de todo”, “parad el mundo que yo me bajo”, “haz el amor y no la guerra” y otras afamadas frases que incluso entonces ya olían a rancio-.
Es muy probable por tanto, que fuera mientras enjuagaba mis ojos cuando se produjo el que sin duda fue el acontecimiento más peliagudo de la entonces incipiente democracia española, colofón según muchos de la exitosa y aclamada Transición. Era lunes, 23 de febrero de 1981. A las dieciocho horas y veintitrés minutos, en plena sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del gobierno tras la dimisión de Adolfo Suárez, un grupo de guardias civiles encabezados por el teniente-coronel Antonio Tejero irrumpe en el hemiciclo al grito de “¡Quieto todo el mundo!”, seguido de un sinfín de disparos de pistola y subfusil que impactan en el techo de la estancia. Todos diputados se agazapan tras los escaños, a excepción de Santiago Carrillo, Adolfo Suárez y un alteradísimo general Manuel Gutiérrez Mellado, que sufre los intentos de Tejero por arrojarle al suelo, en una fallida demostración de autoridad castrense. Las cámaras lo captan todo mientras se mantienen operativas. Pocas ocasiones habrá de ver en directo aquello de lo que tanto se hablaba y por lo que tanto se temía –o no- en esos días: un golpe de estado, una asonada militar, el ruido de sables tomando cuerpo… Luego vendrían la oscura incertidumbre ante lo que podía ocurrir en el interior del Congreso y la inevitable sensación de que el país se encontraba de nuevo al borde del conflicto bélico. La indecisión de la mayoría de la capitanías generales en secundar el golpe y la diferente visión que tenían los principales ejecutores sobre su objetivo final, amén del oportuno posicionamiento del Rey y la lealtad de sus generales más próximos, deben contarse entre los factores principales de su fracaso.
Para los que tenemos cierta edad, el relato puede parecer un tanto pedante y repetitivo, de tantas veces que hemos visto las imágenes. Sí que es verdad que, una vez retomadas las riendas de las amenazadas libertades, recobrado el país el pulso democrático y pasado el tiempo suficiente, el episodio acabó adquiriendo tintes de antigualla televisiva. Imágenes de aspecto casi setentero, en las que aparecen señores de apretadas corbatas y acampanados pantalones, medias melenitas los más progres y venerables canas los más veteranos, con muchos de ellos fumando en su escaño; imágenes que forman parte por derecho propio de la intensa y ajetreada Historia de España, y que vuelven con toda su potencia descriptiva de tarde en tarde, con ocasión de redondos aniversarios –como probablemente comprobaremos en su muy cercano trigésimo- o con motivo de alguna publicación que traiga el tema a la actualidad, sobre todo si lo hace con la brillantez y la amenidad con la que Javier Cercas ha bordado este magnífico ensayo de criminológico título.
A pesar de la espesa caraja mental en la que entonces naufragaban mis pensamientos, tendría que haber sido un auténtico pazguato para no darme cuenta de lo que se estaba cociendo por aquellos días en España a todos los niveles, pero especialmente en el plano político. Hacía poco más de cinco años de la muerte del dictador que había manoseado el país durante décadas, con lo que los melancólicos del régimen todavía eran legión y ostentaban capacidad suficiente como para minar con saña todo camino hacia la democracia; ETA asesinaba a mansalva, con su sangriento punto de mira permanentemente puesto sobre sus dos objetivos principales: el ejército y la guardia civil, provocando la ira y la indignación de los cuarteles y de unos mandos ya de por sí muy predispuestos a desenvainar el sable e iniciar la nueva cruzada; El Rey era visto por los sectores más reaccionarios como un traidor a la figura del Caudillo; la situación económica española rozaba la catástrofe, con miles de pérdidas de puestos de trabajo; la confianza en las instituciones era nula… La figura del pronunciamiento militar cada vez se presentaba más nítida en aquel panorama caótico que sufría la sociedad española: en agosto de 1980 la portada del periódico ultraderechista Heraldo Español publicaba en portada la imagen de un furioso corcel alzándose sobre sus patas traseras, "¿Quién montará este caballo? Se busca un general", rezaba el gran titular. Se podía decir más alto, pero no más claro. Además, y volviendo a las imágenes del asalto, es curioso y significativo ver que, un instante antes de la entrada de Tejero, el inicial alboroto exterior haga que algunos diputados se levanten como resortes en un instintivo intento de huída, mientras algún otro dobla las rodillas buscando la seguridad de las traseras de los escaños. Había mucho miedo, sí.
Pero nada como la lectura de Anatomía de un instante para poner al lector en situación y llevarlo al punto exacto de la zozobra que vivió España entonces. Con suma habilidad, capacidad descriptiva y una brillante prosa, Javier Cercas revive aquellos momentos decisivos de nuestra historia. Con toda la objetividad y parcialidad de la que se puede hacer gala en un tema tan proclive al maniqueísmo, el autor estructura la narración tomando como bases a sus principales protagonistas y describiendo sus complejas personalidades y circunstancias: Adolfo Suárez –su entonces reciente pasado franquista, sus méritos como presidente en el cambio, su pertinaz resistencia a perder el poder…-. Santiago Carrillo –su renuncia al leninismo, su papel durante la Guerra Civil, Paracuellos…- Alfonso Armada y su ilusión por encabezar el gobierno tras un golpe blando…- Antonio Tejero, o el semblante del golpe duro (“yo no he asaltado el Congreso para esto”). Gutiérrez Mellado, el Rey, Milans del Bosch, el CESID… Personajes y circunstancias a través de los cuales Javier Cercas ha construido un brillantísimo ensayo sobre un periodo decisivo se nuestro devenir histórico.
http://www.rtve.es/rtve/20090123/23-f-hace-29-anos/223731.shtml