7/10
Cuando el intrépido aviador, hábil esgrimista y erudito historiador Bruce Dickinson, acudió presto a la llamada del negocio discográfico para recuperar el puesto de frontman en Iron Maiden, todos los que tenemos el Run to the hills grabado a fuego en nuestra masa gris exhalamos un respiro de alivio y satisfacción. Habían sido cuatro años de ocupación de tan importante puesto -nada menos que el de cantante de la mejor banda de Metal de la historia- por el oscuro y discreto Blaze Bailey que, aunque bastante mejor cantante de lo que muchos quisieron ver, no encajaba en el sonido Maiden ni harto de peyote. Desafortunadamente, el bueno de Blaze destrozaba los sagrados himnos de la Doncella allá donde tocaban, y eso –amén del lucrativo reclamo que suponía la vuelta del vocalista con el que la banda se hizo leyenda- le condenó. Yo mismo fui testigo de su incapacidad para llegar a los registros de The evil that men do y otros temas en el velódromo de Dos Hermanas. Lo dicho, un buen cantante –y a sus discos en solitario me remito- pero totalmente inadecuado para el combo de Steve Harris, responsable al fin y al cabo del fallido fichaje.
La vuelta de Bruce al micrófono tuvo como consecuencia casi inmediata la publicación de Brave new world, un magnífico trabajo que devolvió a la banda a los niveles de calidad perdidos en sus tres discos anteriores –incluso Fear of the dark, todavía con Dickinson en sus filas, dejaba entrever esa pérdida de calidad, con canciones con una pinta de relleno que no veas-. Luego llegaron tres discos más, incluido el que nos ocupa, que se podrían comentar con parecidas reseñas.
The final frontier comienza con una extraña pista. Un “doble tema” consistente en una sucesión de repetitivos ritmos que cuando ya empiezan a cansar, y sin transición alguna, dan paso al tema que da título al disco y que sirvió de single promocional. Un buen inicio con adictivo y cañero riff y estribillo pegadizo, mejorado por El Dorado, segundo corte del disco. Se trata de un tema sencillo comparado con el resto de canciones, pero es el que ha provocado que me plantee el sentido de los últimos discos de la Doncella. El Dorado comienza con un poderoso riff de bajo-guitarra que se mantiene a lo largo del tema, invitándote con descaro a un salvaje headbanging . Una trepidante cabalgada que te traslada a tiempos mejores, cuando el leitmotiv de la banda era la contundencia, ahora tan añorada.
Después de El Dorado vuelven los Maiden de corte progresivo, con temas más elaborados y profundos, de larga extensión y no demasiada agresividad. Todo muy bien tocado y cantado, como corresponde a una gran y veterana banda, pero… ¿Dónde está la emoción? ¿A dónde han ido a parar los enormes riffs del pasado?¿Porqué mi corazón no late deprisa cuando oigo Isle of Avalon, como todavía lo hace con Revelations? El escalofrío que experimento con Wasted years ¿por qué no aparece al oir Mother of mercy? La respuesta creo que es obvia: a los últimos discos de Maiden les sobra calidad y buenas maneras, pero les falta capacidad para hacer sangre y llegarte al alma. Necesitan un poco más de ruido, de descontrol; que feroces y desgarradas melodías salgan disparadas de los trastes directamente a tu cuello; un par de temas de esos que te hacen levantar el puño en un concierto y, en una suerte de patético y lastimero alarido, sacar todo lo que llevas dentro. En este trabajo hay apenas retazos de todo eso, un tanto perdidos dentro de los buenos temas que contiene, porque si hay algo que no falta en The Final Frontier es calidad, faltaría más, aunque quizás les hubiera quedado algo mejor sin tanto minutaje, provocado por el “ansia progresiva” que parece dominar sus últimos trabajos. Con todo, hay que ser objetivos, y reconocer que el sonido a veces se parece demasiado a cosas ya oídas antes. Incluso, sin salir del disco, si prestamos atención a The talisman en el minuto 2:53, comprobaremos que la melodía es idéntica a Coming home en 1:07. ¿Falta de originalidad e ideas? ¿Repetición premeditada al modo de los grandes discos conceptuales del Rock progresivo? Pues no sé qué decir, la verdad. Obsérvese también el parecido de parte del riff de The alchemist con el de Resistiré de Baron Rojo…
Lo anteriormente escrito no es obstáculo para que, una vez más, exprese mi admiración por la lucha que estos insignes dinosaurios mantienen contra su extinción. A estas alturas no tienen que demostrar lo grandes que son, pues ya lo hicieron con The number of the beast, Piece of mind, Powerslave, Seventh son…y tantos otros discos que jalonan su impresionante carrera, y con los que muchos jovenzuelos nos dejamos abrir las venas por esa afilada onda metálica que, desde las Islas Británicas, arrasaba todo a su paso a principios de los 80. Vaya mi humilde saludo y mi sincero agradecimiento a estos ya casi viejos rockeros que se han ganado a pulso el explotar la marca que han creado. Buenos discos, grandes conciertos… ¿qué más se puede pedir?
Up The Irons!!!
Cuando el intrépido aviador, hábil esgrimista y erudito historiador Bruce Dickinson, acudió presto a la llamada del negocio discográfico para recuperar el puesto de frontman en Iron Maiden, todos los que tenemos el Run to the hills grabado a fuego en nuestra masa gris exhalamos un respiro de alivio y satisfacción. Habían sido cuatro años de ocupación de tan importante puesto -nada menos que el de cantante de la mejor banda de Metal de la historia- por el oscuro y discreto Blaze Bailey que, aunque bastante mejor cantante de lo que muchos quisieron ver, no encajaba en el sonido Maiden ni harto de peyote. Desafortunadamente, el bueno de Blaze destrozaba los sagrados himnos de la Doncella allá donde tocaban, y eso –amén del lucrativo reclamo que suponía la vuelta del vocalista con el que la banda se hizo leyenda- le condenó. Yo mismo fui testigo de su incapacidad para llegar a los registros de The evil that men do y otros temas en el velódromo de Dos Hermanas. Lo dicho, un buen cantante –y a sus discos en solitario me remito- pero totalmente inadecuado para el combo de Steve Harris, responsable al fin y al cabo del fallido fichaje.
La vuelta de Bruce al micrófono tuvo como consecuencia casi inmediata la publicación de Brave new world, un magnífico trabajo que devolvió a la banda a los niveles de calidad perdidos en sus tres discos anteriores –incluso Fear of the dark, todavía con Dickinson en sus filas, dejaba entrever esa pérdida de calidad, con canciones con una pinta de relleno que no veas-. Luego llegaron tres discos más, incluido el que nos ocupa, que se podrían comentar con parecidas reseñas.
The final frontier comienza con una extraña pista. Un “doble tema” consistente en una sucesión de repetitivos ritmos que cuando ya empiezan a cansar, y sin transición alguna, dan paso al tema que da título al disco y que sirvió de single promocional. Un buen inicio con adictivo y cañero riff y estribillo pegadizo, mejorado por El Dorado, segundo corte del disco. Se trata de un tema sencillo comparado con el resto de canciones, pero es el que ha provocado que me plantee el sentido de los últimos discos de la Doncella. El Dorado comienza con un poderoso riff de bajo-guitarra que se mantiene a lo largo del tema, invitándote con descaro a un salvaje headbanging . Una trepidante cabalgada que te traslada a tiempos mejores, cuando el leitmotiv de la banda era la contundencia, ahora tan añorada.
Después de El Dorado vuelven los Maiden de corte progresivo, con temas más elaborados y profundos, de larga extensión y no demasiada agresividad. Todo muy bien tocado y cantado, como corresponde a una gran y veterana banda, pero… ¿Dónde está la emoción? ¿A dónde han ido a parar los enormes riffs del pasado?¿Porqué mi corazón no late deprisa cuando oigo Isle of Avalon, como todavía lo hace con Revelations? El escalofrío que experimento con Wasted years ¿por qué no aparece al oir Mother of mercy? La respuesta creo que es obvia: a los últimos discos de Maiden les sobra calidad y buenas maneras, pero les falta capacidad para hacer sangre y llegarte al alma. Necesitan un poco más de ruido, de descontrol; que feroces y desgarradas melodías salgan disparadas de los trastes directamente a tu cuello; un par de temas de esos que te hacen levantar el puño en un concierto y, en una suerte de patético y lastimero alarido, sacar todo lo que llevas dentro. En este trabajo hay apenas retazos de todo eso, un tanto perdidos dentro de los buenos temas que contiene, porque si hay algo que no falta en The Final Frontier es calidad, faltaría más, aunque quizás les hubiera quedado algo mejor sin tanto minutaje, provocado por el “ansia progresiva” que parece dominar sus últimos trabajos. Con todo, hay que ser objetivos, y reconocer que el sonido a veces se parece demasiado a cosas ya oídas antes. Incluso, sin salir del disco, si prestamos atención a The talisman en el minuto 2:53, comprobaremos que la melodía es idéntica a Coming home en 1:07. ¿Falta de originalidad e ideas? ¿Repetición premeditada al modo de los grandes discos conceptuales del Rock progresivo? Pues no sé qué decir, la verdad. Obsérvese también el parecido de parte del riff de The alchemist con el de Resistiré de Baron Rojo…
Lo anteriormente escrito no es obstáculo para que, una vez más, exprese mi admiración por la lucha que estos insignes dinosaurios mantienen contra su extinción. A estas alturas no tienen que demostrar lo grandes que son, pues ya lo hicieron con The number of the beast, Piece of mind, Powerslave, Seventh son…y tantos otros discos que jalonan su impresionante carrera, y con los que muchos jovenzuelos nos dejamos abrir las venas por esa afilada onda metálica que, desde las Islas Británicas, arrasaba todo a su paso a principios de los 80. Vaya mi humilde saludo y mi sincero agradecimiento a estos ya casi viejos rockeros que se han ganado a pulso el explotar la marca que han creado. Buenos discos, grandes conciertos… ¿qué más se puede pedir?
Up The Irons!!!